Por Adriana Tafoya
Patibulario, como su nombre lo dice, es un sitio en donde se consuma una pena de muerte, y esto es lo que sucede sin más en los Cuentos al final del túnel de Ulises Paniagua. Las ejecuciones son el tema central de los ocho cuentos aquí reunidos. Temática muy funcional en esta época mexicana, y por supuesto mundial, donde la violencia, la corrupción y la falta de valores nos conducen (cada vez con mayor desenfado) al desborde de las pasiones más bajas.
Es en este punto, justo cuando el cinismo, no como una frontera intelectual sino como una derrota, está más en boga y se ejerce como una normalidad, y hasta como una naturaleza. Y no es que el humano no posea rasgos destructivos y negligentes, sino que simplemente la balanza del equilibrio no existe ya en nuestros códigos sociales, incluidos los políticos, familiares y personales.
En este contexto, Patibulario encuentra su epicentro y su fuerza como voz, y un intento de tener injerencia en el ciclo de las acciones que se suscitan, una y otra vez a nuestro alrededor. Lo hace ya con una queja, o en una súplica; busca hablar con el lector para que se suscite un cambio, o despertar una luz en su conciencia, digamos que esta es la “intensión” central de cada cuento, y este mensaje o la moraleja, según se quiera ver, es el punto medular de su narración, lo cual provoca un efecto con tintes didácticos (sin asumir el término con algún prejuicio), pues en realidad una obra literaria bien hecha no debe carecer de mensaje, contenido, y de enseñanza o aprendizaje, que es tácito en cualquier texto, pues qué es la literatura sino una consumación del aprendizaje que ha tenido el ser humano en medio del mundo, o mejor dicho de la naturaleza, como prueba de su transcurso existencial.
Sin embargo, en la mayoría de los textos, Ulises Paniagua, decide dar su mensaje pasándolo por el filtro de una moralidad más que religiosa, católica. Lo cual es totalmente lógico, puesto que todos nosotros venimos de una formación contextual por parte de esta religión, oficial en México. Por lo tanto, digamos que es normal que en el narrador, al no encontrar esperanza, o alguna forma de solucionar sus dudas, para acercarse al lector y dar en el clavo del conflicto, decide ampararse bajo (tal vez el único ejemplo de moralidad que todos conocen): la evocación espiritual de un más allá, de un dios, y más acertadamente aquí, un Ejecutor que vela por la moralidad en el patíbulo.
El lector puede vivir esta experiencia en los cuentos, Relato de una coronación, donde la divinidad se ejecuta a través de las abejas. Cuento que abre con una línea cargada del esperado milagro: “Recordarás: tú no creías en imposibles hasta que de manera imprevista, aquella abeja se te metió a la nariz”. En La vida me visita, Ulises, nos entrega un personaje, Juan Valdivia, cansado de las constantes invitaciones a reuniones “frívolas” donde la Vida se le presenta en forma de espíritu, llevándole un mensaje de fe: “La fe sepultada años atrás en los escombros del amor”. Evocación bíblica en forma de metáfora de Lázaro resucitado. En Mi boda el día de… expresa con claridad el dogma cristiano donde su personaje se pregunta “¿de dónde le han asignado tal bendición?”, al contraer milagrosamente nupcias con Simoneta renacentista, y donde concluye, “si puedes verla allí, a la mujer que amas, y encontrarte junto a ella, cuando menos un instante, por mínimo y casual que este sea, aunque no medie una explicación racional, científica, ¿qué importa el resto? No preguntes. No investigues. No busques los porqués, la congruencia. Mira a tu derecha ¿habías visto ojos más bellos, más profundos que los que ves ahora? Sus ojos color de miel. Sólo sus ojos y tú. Entiende, acepta, agradece. No hay nada que preguntar”. Esta oración podríamos escucharla, y nos sonaría completamente normal, en la voz de un cardenal, un sacerdote, en la misa guadalupana. Donde queda claro el dogma y la sugestión anticientífica, y esto lo consuma en el cuento (que a mi punto de vista, y supongo que del autor) El Ejecutor, es donde pesa la intensión del libro: ahí el soborno es el pecado a castigar y el asesino con poderes sobrenaturales toma la forma más conveniente para hacer justicia sobre las burócratas corruptas, dándoles un tiro en el cráneo con una escuadra 45.
Esto lo lleva al colmo, mejor dicho a su clímax, en Lluvia ácida donde con un epígrafe de Augusto Roa Bastos, da reflexión de que “el infierno está en el mundo y ustedes mismos son los diablos”. Entregándonos en holocausto a un Santiago Guadalupe, microbusero, por supuesto de clase baja, que se roba las limosnas de la iglesia, por pura costumbre y que es descubierto por su ejecutor (un hombre ciego) no en un cámara de vigilancia, sino a través de una bola mágica. Y por esta acción, de robo a los bienes de la iglesia, es al igual que los demás personajes, asesinado con tres tiros en su cabeza proletaria y ladrona. Resalta a la vista en este cuento, como en los demás, un sutil humor negro cuando comenta José Guadalupe en las líneas del cuento: “Mierda. Déjenme ir. Tengo familia, un hijo. Sé que no los trato bien. Que les pego, pero…” dándole respuesta su místico ejecutor: “¿Les pega? Eso sí no lo sabía, palabra”, demostrando con este diálogo que pesa más el robo de las limosnas que este pequeño detallito.
Es necesario mencionar que vivimos en un estado laico, esto quiere decir, que todos los que profesan una religión y los que no, podemos convivir supuestamente en armonía, sin embargo, al haber un monopolio religioso esto no llega a su cauce. Esto tiene sentido de comentarse porque la visión de Paniagua, tal vez, se centró de más en un monopolio localista cristiano, dejando entrever la solución de que sólo con la mano de dios ejecutora podrían resolverse los cuentos de la existencia.
Lo más triste es que los personajes de Paniagua no profesan en realidad una religión, sino que simplemente son supersticiosos, pues comenta que alguno de ello sólo reza la única oración que conoce, otros más, como la lujuria, asesina de la poesía, comenta, “de un remordimiento un tanto supersticioso”. Esta visión lamentable nos la demuestra el autor haciéndonos reflexionar sobre el triste país subdesarrollado donde caminamos todos los días, donde la educación y la información no es para todos. Por último desearía mencionar dos cuentos que a mi criterio son los más logrados, reflexivos, y bellos de este libro: Un domingo en el estadio y Con boleto al inframundo, donde se nota la crítica con más claridad y precisión a nuestro país que está plagado del fanatismo y la enajenación en el futbol, esto en Un domingo en el estadio; y en la ficción lograda con el elenco de los niños de la calle convertidos en bestias sanguinarias dentro de los túneles del metro, por culpa de un gobierno, una clase alta, indiferente a las necesidades de las clases bajas, en "Con un boleto al inframundo".
Les recomiendo la lectura de ellos, pues es en donde se logra la contundencia de Ulises Paniagua, que apuesta a la crítica social, la crítica al sistema educativo y la crítica a una política donde nos mantienen sin libertad de pensamiento, y claro está, sin libertad económica. Mal social que nos determina, si se quiere ver así, a caer en el pecado. Como comenté anteriormente el libro de Patibulario está impregnado de un exquisito y sutil humor negro, que la da una peculiar belleza y lo hace altamente recomendable para todos ustedes, los lectores.
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