Por José Manuel Ruiz Regil
Viernes 18 de Abril de 2008
Encontré alguien que me ha escuchado y me he emocionado
Elías Canetti
Saliendo del metro Popotla, sobre Avenida México-Tacuba, a unos 100 metros del ahuehuete donde Cortés lloró su derrota contra Cuitláhuac, se encuentra el Café cultural La Tregua. En evidente homenaje a Benedetti y con todo el toque guerrillero de la militancia cultural. Un lugar de fuego donde la música, la lectura, el arte y la poesía se pican el ombligo. http://cafelatregua.blogspot.com/ Y como la poesía no tiene fronteras, si además se sube al aeroplano de VersodestierrO transborda, camina y se posa donde sea que haya oídos para ver. La lectura en la Tregua llevó las voces más representativas de este proyecto editorial, quienes dispuestos a enfrentar las inclemencias de la indiferencia y el chambismo, alternaron con Luciano, cantaor oficial del lugar. Así es que entre “lamarimorena” y “ojos españoles” se escucharon los versos de Adriana Tafoya, quien con su característica claridad paladeó los versos de “Quebradiza”, donde la autora se duele del abandono y amenaza con morderle la lengua en un beso al amante ido. Un poema profiláctico que considera la posibilidad de “desposeerse” para curarse de amor. En el intermedio de aplausos liderados por los que sí escuchamos, en la mesa 3 un peón come de lado en la quinta casilla, y en la 1 un trío de damas anima el azar. Los muros carmesí encienden el ánimo, el ruido de la cafetera puntúa sus ráfagas de aire capuchino. Risas y un humor de corrillos indolentes no resisten la intrusión poética. Prefieren darle paso a su inercia de sordera. “La reina de los pájaros esbeltos”del poemario “Animales Seniles”, de la misma autora, describe una sensualidad femenina codiciada por la mirada; aquella que puede percibir esa “piel con el dulce pelillo de los conejos”. Responde a lo largo del texto, con gran habilidad descriptiva, las sensaciones que plantea la pregunta final que justifica el poema “Cómo poder decir /que me gusta su amor rupestre / hermético / que es privilegio de unos cuantos?”.
La voz profética de Homenic Fuentes se desprende en “Serial”. No niega su inspiración Cioránica cuando afirma que “Nadie debiera respirar”. Repasa un catálogo de imágenes apocalípticas que describen, más allá de los pasajes urbanos, un estado de cosas interiores; una revelación colectiva que pone en evidencia lo que el “maya hindú” esconde “666 la misa comienza. Un niño degollado es apenas la carnada”.
Sentados sobre la barra bebemos café. De la cocina a la mesa desfilan refrigerios. La calle mojada en medio de la noche. Discriminados por la ley obtusa enfilan las colillas de la resignación. La presencia de Roberto Ramos, El Tigre Famélico, en el lugar es ya parte del menú intelectual. Poeta memorioso capaz de recitar al hilo un capítulo completo de Cien años de soledad o el poema más largo de José Gorostiza, Muerte sin fin. Descansa sus brazos sobre la mesa y ofrece sonrisas escondidas detrás de ese tupido bigote donde pareciera guardarse las palabras.
Por un momento se suspende la poesía. Predominan los acordes flamencos. Ante la afrenta transdisciplinaria los aplausos se hacen mudos. Luego de un rato, la voz conciliadora del Tigre abre paso nuevamente a los versos. Da la voz entonces a Víctor M. Muñoz, quien recita, de memoria, como una forma de honrar a su presentador, un soneto. Digamos, sonetino, pues en vez de guardar la estructura de versos endecasílabos que dicta la academia, éste lo construye de ocho. Perfectamente bien rimado, lo que favorece su repetición. Luego explica lo que es una glosa y da ejemplo de ello a partir de “Ojalá que te vaya bonito”, de José Alfredo Jiménez para deconstruir, parafrasear, como lo ha dicho él mismo, glosar, y contemporizar al darle vuelta al melodrama con una pizca de ironía, las octetas de la canción vernácula.
Uno podría pensar que leer para un grupo que no escucha es pasar desapercibido o sin pena ni gloria. Sin embargo, la poesía activa está hasta donde no quiere ser vista. Quedará resonando en los oídos una palabra, una voz, una imagen, que derrumbe las certezas en el momento más inoportuno y entonces, suceda el milagro de la revelación individual. Pero sobre eso no tiene control el poeta. Queda la buena voluntad de los organizadores y el afán de los autores por llevar sus versos incluso, a los pies de un árbol cuya noche triste no alcanza a reconocer.
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