Grande y dorado, amigos, es el odio...
de la Institución
(paráfrasis de Lizalde)
Por Adriana Tafoya
Todos por lo general conocemos, o en lo básico, intuimos cuáles son los principales elementos que hacen un buen poema. Sabemos que es importante nos provoque emoción, tengan buen tratamiento en su contenido, esto quiere decir que a la vez que se desprenda del lugar común en su temática, también de aporte de cierto nivel a nuestro intelecto, procurándonos la sorpresa o la reflexión, y para los más interesados importante es también por consiguiente el oficio, esto no queriendo referirse tan solo a las estructuras clásicas sino también al jugueteo y a la malformación acertada del verso. Dando por hecho que estos son los principales motivos de un buen poema, nos da pie a especular sobre a dónde vamos a parar en la poesía actual cuando los criterios como lector que conoce son unos, y los criterios como jurado son otros, e incluso los criterios de tallerista también son muy diferentes. Son notorios los “hipercriterios” que en los últimos años han premiado una poesía austera, aburrida, con un contenido menos que mediano, (cabe aclarar, eso sí, con un buen nivel aunque cuestionable oficio) poesía publicada por maestros talleristas que consideran que sus pupilos tienen cierto nivel, digamos si no bueno, sí presentable; ya no mencionemos aceptable para la publicación en sus antologías de grupo. Aquí los pseudocriterios dan por resultado una poesía sosa con discernimientos de niños de 10 años, justificándose con el argumento de que en el futuro estos libros serán vestigios de un historial, un archivo, un antecedente poético de la floreciente vida futura de algún gran poeta que tal vez empezó en dichos talleres, con la esperanza de que el alumno no sólo supere sino trascienda a los maestros. A final de cuentas, nos topamos con libros medianos, tal vez algunos de muy buen oficio, equivalente al de un buen carpintero, un buen maestro albañil, a un buen arquitecto, etcétera, pero no nos da un libro que deje huella en nuestra ya demasiado selectiva memoria por toda la información que se ve obligada a consumir.
Aquí tenemos esta antología publicada bajo nuestro sello, que dice llamarse Allí donde suenan las trompetas, del taller Charles Bukowski, compilada por el maestro y poeta Sergio García Díaz. En esta antología tiene lugar toda la reflexión anterior, deberíamos preguntarnos si Charles Bukowski ganó algún premio que lo avalara como poeta, si en realidad le haría falta haberse ganado alguno para que pudiera ser valorada su crítica y más que insidiosa poesía. Volviendo al criterio anterior que todos conocemos, de lo que es un buen poema, está de más decir que cumple con este, y eso lo sabe un buen lector. Lo interesante de esto es que difícilmente vamos a encontrar un premio nacional de poesía que cumpla con las características ya mencionadas, y mucho menos que provoque el benéfico efecto que Charles Bukowski provoca en sus lectores, pues a la hora de premiar por un asunto mágico la opinión del lector cambia para dar paso a la medianía de un oficio. En Allí donde suenan las trompetas, encontramos poetas de muy buen nivel, como Héctor Marat, Sergio García Díaz, Alberto Vargas Iturbe y Roberto Romero Aguilar, entre otros. En especial estos dos últimos difícilmente los encontraremos dentro de nuestros premios nacionales, pues a pesar de contener los elementos ya en demasía mencionados, a la hora de enfrentarse al ojo del jurado, curiosamente, el ojo del buen lector desaparece y sale a traslucir una peculiar moralina que versa más o menos así: “ a mí sí me gusta lo que dice, pero la gente no está preparada para leer estas cosas..”, un curioso efecto intelectual que consiste en sobreestimarse y subestimar a los demás creyendo así protegerlos de lo que podría alterarlos en su ignorancia o su “moral”. Por desgracia, todos, irremediablemente pensamos así a la hora de ser jurados, mutilando a la poesía de uno de sus principales elementos que es, por supuesto, un contenido provocador que logre trasmitir un importante mensaje, que a fin de cuentas es, por decirlo de alguna manera, el espíritu y la voluntad de la poesía, y Allí donde suenan las trompetas, se da esa valentía del contenido en sus poetas que es necesaria para todo lector cumpliendo de esta forma cabalmente el nombre de Charles Bukowsky en su taller, antología altamente recomendable para todo lector dispuesto a no hacerla de jurado a la hora de su lectura.
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